Agosto
3 2012.
Abelardo,
te escribo esta mi única carta para hoy, por fin liberarme. Es que ya no
puedo más, mis miedos y temores crecen cada noche. El sonar de una canción, las
palabras de un poema, las muestras de afecto en la calle son todo un martirio
para mí.
Es
que sin ti yo ya no soy. No soy porque lo que era contigo me daba alegría y
color. Encendías mis tardes aunque el cielo estuviera oscuro, aun cuando llovía
y llagabas tarde a nuestros encuentros. Siete meses me duro mi alegría Abelardo,
y todo termino en una sola noche. Sé que yo tuve gran culpa pues le entregue mi
tiempo a alguien más, se que pude haberte dicho todo lo que me fascina de ti,
tus brazos, tu espalda, cabello rizado. Me fascinaba tu abrazo a tu llegada y
tus ojos tristes al despedirnos.
Si
supieras Abelardo, que las melodías que yo entonaba en tu presencia iban
dirigidas a ti.
Abelardo,
esa tarde de agosto cuando tuvimos nuestra última llamada, me di cuenta que tú
y tu nombre no salían de mi, tuve que tomar el valor para decirte cada una de
las cosas que pasaban por mi mente, Extraño verte sentado en el sofá mas
grande, mientras yo solo te veía, y te observaba y me perdía en ti, extraño cuando
te quejabas de tu ropa húmeda tras haber caminado bajo la lluvia. Extraño tu
voz y tu perfume, extraño tu camisa roja, que se que es tu favorita. Extraño
tus manos y tus palabras alentándome a ser mejor, tus palabras de apoyo que se hacían
sentir segura. Extraño cuando bromeabas
y preguntabas si de alguien estaba yo enamorada. Mentí, mentí y tal vez si
hubiera dicho la verdad, las cosas serian diferentes.
Pero
¿Qué pensarías Abelardo? ¿Cómo reaccionarias? Ay Abelardo, recuerda, como tus
ojos y los míos se encontraban, como la llama de una vela podía ser nuestro
tema de conversación, como podíamos pasar horas jugando con una hoja de papel.
¡Todo
Abelardo, todo era perfecto! Era inigualable.
Siempre tuya. Monse
Octubre
31 2012.
Hoy
Abelardo te volví a ver. Nos encontramos en el mismo callejón, me viste y te
vi, la sangre comenzó a hervirme, no pude respirar, me quede callada pero quería
gritarte, correr a tus brazos y decirte lo mucho que te he extrañado. Tú
corriste, como si te fuese a hacer daño.
El
daño me lo hiciste tu al enamórame a sabiendas de que yo no quería, me llenaste
de palabras el corazón.
Desde esa noche Abelardo, que no se de ti.
Desde esa noche Abelardo, no se de mi.
Monserrat Noriega
503
Monserrat... que final... t{u y yo necesitamos platicar del taller de creación al que nunca has ido... que final... no lo sacaste de alguna canción verdad?
ResponderEliminar