Esta es la primera y la última carta que te escribo y como ya te lo he
mencionado infinidad de veces tú me has moldeado para ser una mejor persona.
Tu voz es un canto angelical como el canto del ruiseñor que atraviesa los
cristales de mi ventana todas las mañanas, me ensordece de amor y solo me basta
que tu rostro asome una tímida sonrisa para poder iluminar con un haz de luz la
oscuridad de mi alma.
A pesar de la distancia y del olvido tu amor es como un manantial de agua
pura y fresca bañada por un claro de luna en donde se acerca a beber un tierno
cervatillo.
Un tenue pálpito que marca un compas dentro de mi pecho va creciendo poco a
poco cada vez que te veo acercarte a mí.
Repito tu nombre todos los días, se ha convertido en el mantra de mi vida y así
me libero del vacío y trasciendo a otro plano espiritual donde no existe el
dolor y la maldad, los celos y la envidia.
Aun recuerdo los viejos tiempos cuando vislumbrábamos nuestro amor como una
vela de cera infinita que se consumiría lentamente por la eternidad irradiando
calor para alumbrar el camino que creíamos haber trazado.
Los campos elíseos donde nos recostábamos están llegando a un invierno
perpetuo en donde se marchitaran y quizá si es que así tú lo deseas algún día
pueda volver a jugar la primavera.
Te extraño lo sé, pero también estoy consciente de que tal vez nunca más te volveré
a ver y te deseo lo mejor para el futuro.
Nunca olvidare el último aliento de tu boca y tu perfume embriagador que aun
se esconde en los pliegues de mi abrigo.
Respira libertad y hasta siempre mi querida dulcinea.
Aruni Toral 503
No hay comentarios:
Publicar un comentario